ANTE LA MUERTE…


            Cuando era niña, recuerdo que, por las noches, al pensar que mis padres se podían morir, me ponía a llorar. Sentía que era algo que no iba a ser capaz de soportar.

            Hasta los 18 años, no vi a ninguna persona muerta. Mi sensación a lo largo de los años, es que la muerte nos hace a todos iguales, hasta en los rasgos.

            Ahora estoy en una edad, en que las personas cercanas, se van yendo y siento que mi despedida es más inminente. Es ley de vida.




            Hace días despedíamos a una compañera de talleres y amiga. Ella, profundamente cristiana, me ayudó a confirmar lo que por mi fe creo. Que la muerte no tiene la última palabra. Que, tras dejar este mundo, no andamos perdidos, sino que seguimos viviendo de otra manera.

            Muchas veces me pregunto ¿por qué me desconcierta tanto la muerte, sobre todo de mis seres queridos?

            Y es que, aunque sé que la persona ha cumplido su misión, y le toca descansar, sin embargo, alrededor deja una gran orfandad, una ausencia que es difícil de sustituir. Sólo asumir el tiempo del duelo, puede ir dando poco a poco la paz.

            Muchas veces he pensado en mi propia muerte, y tengo que reconocer, que, como mi admirado Unamuno, siento ese deseo de haber dejado huella. En mi caso no serán los hijos, que no tengo, pero sí el haber intentado hacer un mundo más humano y más justo.




            En el fondo está el deseo de seguir existiendo, aunque ya no esté físicamente. Porque el “ego” se resiste a diluirse, cuando en el fondo, será lo que me haga más feliz…

            He tenido la suerte de vivir en distintas culturas y he visto tanto en México, como en Guinea Ecuatorial, que los difuntos no desaparecen de las vidas de las familias.



                Por eso celebran cada año su vuelta (día de los muertitos), o rocían la tierra de vino o cerveza, antes de tomarla (en Guinea ecuatorial), porque los siguen sintiendo en medio de ellos.

            En nuestra cultura occidental, maquillamos la muerte y no queremos sentirla como parte de nuestra vida.

            Nacer y morir es nuestro ciclo, por mucho que nos empeñemos en “congelar “o descubrir la “fórmula mágica de la eterna juventud.”

 

Vélez de Benaudalla 25 BRIL 2024

Mª Jesús Estepa.

 

 

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